El modelo tocó techo
Existe en Chile un ascendente estado de efervescencia social que se inició en enero pasado con la protesta en Magallanes por el precio del gas. Desde mayo se vienen multiplicando en todo el país las movilizaciones, marchas, tomas de recintos universitarios y colegios, cortes de caminos, huelgas y otras manifestaciones de protesta que abarcan amplios y diversos sectores sociales. De particular magnitud han sido las marchas estudiantiles -exigiendo prioridad para la educación pública- y de ecologistas contra el proyecto HidroAysén en la Patagonia. La demanda social afecta no sólo a la derecha política y empresarial que está hoy en el gobierno. También interpela a la coalición opositora que gobernó durante 20 años y que pretende escabullir su responsabilidad en problemas que tienen su origen en la desigualdad que caracteriza a la sociedad chilena. La situación revela que la institucionalidad construida en lo fundamental por la dictadura, se encuentra atrapada en su propia trampa: un modelo económico, social, político y cultural que no incluye entre sus deberes solucionar los problemas del pueblo ni avanzar en la modernización de la sociedad a través de la autodemocratización del sistema. Se trata de una situación de empantanamiento muy riesgosa. Llevada a una situación límite puede gatillar los instintos más siniestros de un modelo portador de los genes del terrorismo de Estado.
Las protestas de estudiantes y ecologistas, en que predominan las capas medias de la población, base social de apoyo tanto de la derecha como de la Concertación, catalizan un estado de ánimo que prevalece en los sectores que sufren en forma directa los tormentos que causa la economía de mercado. Nos referimos al endeudamiento desmesurado, los bajos salarios, la inestabilidad laboral, las alzas de precios de los alimentos, la pésima atención de salud, las dramáticas carencias habitacionales, la carestía del transporte y una educación discriminatoria que niega todo futuro a la inmensa mayoría de los jóvenes.
De una u otra manera, las expresiones de malestar registran el rechazo a un modelo de sociedad basado en el lucro y en el individualismo; y cuestionan una institucionalidad sorda que impide la participación ciudadana.
El control oligárquico ha dejado de ser un método de dominación exclusivo de la derecha. Hoy lo comparte con la centro-izquierda que también profita del autoritarismo. Más de cuarenta años de aplicación del modelo neoliberal y la vigencia -todavía incólume en lo esencial- de la espúrea Constitución de 1980, se han hecho insoportables. El modelo de dominación de origen dictatorial se encuentra agotado porque el país al que le fue impuesto a punta de bayonetas, cambió. Como ha cambiado el mundo desde 1980, entrando a una nueva época que aspira a la libertad, la igualdad de derechos, el pluralismo y la solidaridad entre los seres humanos y entre éstos y la naturaleza. En otras palabras, el modelo institucional vigente en Chile es incapaz de resolver los profundos problemas y las vigorosas demandas ciudadanas, que requieren otro enfoque social y político. Mirado desde la torre de marfil de la macroeconomía, todo marcha bien y no hay porqué preocuparse. El Banco Central, por ejemplo, prevé para este año un crecimiento del 6 al 7 por ciento, una moderada inflación del 4 por ciento y una tasa de desempleo del 7 por ciento. Sin embargo, el malestar social -que ya se tomó la calle- está diciendo que esas cifras son un espejismo candoroso a espaldas de la sociedad real. Mucho más elocuentes -porque demuestran la desigualdad- son las escandalosas utilidades de las grandes empresas -en especial del sector financiero-, en el primer trimestre de este año: más de 8 mil millones de dólares.
La segmentación y polarización social aumentan sin cesar. El índice Pisa, que se aplica en educación, demuestra que Chile es uno de los países donde hay más segregación educativa. Ese apartheid social se extiende a la salud, la vivienda, las oportunidades de trabajo e incluso, a la alimentación. Lo que comen los pobres es proporcionalmente más caro, de inferior calidad y menos nutritivo que el alimento que consumen los sectores de mayores ingresos.
En Chile hay situaciones indignantes que no admiten espera. Miles de damnificados por el terremoto de febrero de 2010 soportan un segundo invierno en casuchas de madera, húmedas e insalubres, en medio del barro y la lluvia. En los consultorios, niños y ancianos sufren un calvario para recibir atención médica, mientras el gobierno inyecta cuantiosos recursos a las clínicas privadas convirtiendo un drama social en un negocio. ¡La pobreza subvencionando a los ricos! Se ha hecho normal que los pobres paguen intereses usurarios por los créditos de consumo. El endeudamiento se ha convertido en una pesada condena que puede durar muchos años. La colosal estafa de la multitienda La Polar es sólo una muestra de los procedimientos mafiosos del sistema financiero que capitanea al conjunto de la economía.
La presión social -sin embargo- está haciendo reventar las costuras del sistema. El ex ministro de Hacienda de Bachelet, Andrés Velasco, acaba de “descubrir” que el 10 por ciento de los hogares más ricos de Chile tienen un ingreso per cápita 78 veces mayor que el 10 por ciento más pobre; y que las siete familias más ricas, poseen un patrimonio conjunto de 75 mil millones de dólares, lo cual supera tres veces el PIB de Bolivia. Por añadidura un millón de trabajadores ganan el salario mínimo(*). Este Marco Polo de la desigualdad social, sin embargo, manejó durante cuatro años las finanzas del país y no hizo sino aumentar la brecha entre ricos y pobres.
No obstante, a pesar de las movilizaciones, el modelo se mantiene a pie firme porque no hay una alternativa que lo desafíe. Los movimientos sociales expresan la acción de las ideas, su dinamismo y potencialidad, pero todavía no aseguran una articulación tras objetivos precisos y viables. Tampoco lo hacen los partidos y movimientos políticos, embebidos en sus cálculos sobre las próximas elecciones y la posibilidad de seguir gobernando, unos, o de volver a hacerlo, otros, en este ritornelo binominal que ha sumido en el desprestigio a los partidos.
Por su parte, la Izquierda comienza a reorganizarse pero aún no recupera la fuerza, la confianza en sí misma y la claridad ideológica necesarias para entrar a disputar el poder. Ese proceso reorganizativo se retrasa, entre otros factores, por la obcecada inclinación electoralista de algunos que la lleva a diluirse como fuerza autónoma y a ufanarse de servir de furgón de cola del “mal menor”.
Los problemas de Chile requieren una nueva Constitución generada por la soberanía del pueblo. Pero esto no debe hacer perder de vista que es posible lograr avances de un efecto democratizador acumulativo, como los plebiscitos vinculantes, el término de la educación municipalizada y el fortalecimiento de la educación pública, la reforma tributaria, el control del retail y de las cadenas de farmacias, la defensa del medioambiente y aquellas medidas que permitan mayores espacios de participación ciudadana. No será fácil, y habrá que emplear toda la fuerza necesaria para alcanzar objetivos de ese tipo. Pero ellos permitirían trazar un camino de fortalecimiento y autonomía para derrotar finalmente al modelo autoritario.
PF
(*) Seminario sobre las desigualdades, CEPAL-OIT, 15/06/2011.
Editorial de “Punto Final”, edición Nº 736, 17 de junio, 2011.
www.puntofinal.cl
-----
Estudiantes por el cambio social
Autor: RUBEN ANDINO MALDONADO
Guillermo Petersen Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción (FEC) cursa 4º año de sociología. Este joven de 21 años, nacido y criado en la comuna de Chiguayante, se inició como vocero estudiantil de la Universidad de Concepción en la movilización por el congelamiento de aranceles y rebaja de matrículas. Esa experiencia sirvió al colectivo de estudiantes al que pertenece para tomar conciencia de la necesidad de ganar la FEC, para representar las demandas estudiantiles, tomando distancia de ciertas prácticas políticas viciosas.
¿Participa en algún partido político?
“Soy parte de una organización de estudiantes movilizados a través de distintos colectivos existentes en diversas facultades de la Universidad. Las organizaciones políticas tradicionales estaban utilizando el instrumento federativo para fines que no respondían a los intereses de los estudiantes y se tomaban decisiones sin consultar a los alumnos. Por eso nos decidimos a actuar.
La alternativa que sostenemos se orienta a recuperar para los estudiantes sus espacios de representación a partir de los centros de alumnos, que actualmente responden en 70 por ciento a nuestra posición. Somos ejecutores de lo que mandata el pleno de la Federación y trabajamos estrechamente con los centros de alumnos y colectivos de estudiantes”.
¿Cuáles son sus propósitos?
“Nuestra demanda tiene tres ejes principales: financiamiento, democratización y acceso a la educación. Queremos poner fin al lucro. El financiamiento pasa por exigir un aumento significativo de los aportes del Estado a las universidades vinculadas al Consejo de Rectores. Eso significa que estamos en desacuerdo con que seamos los estudiantes y nuestras familias quienes aportemos el 82 por ciento del financiamiento de esos centros de estudio.
En relación con la democratización, vemos la necesidad de derogar el DFL que prohíbe la participación de los tres estamentos (académicos, estudiantes y no académicos) y que nos impide incidir en la definición de los planes de desarrollo de las universidades y en la elección de autoridades, desde jefes de carrera hasta el rector.
Rechazamos la PSU para detectar habilidades y conocimientos de los alumnos. La cantidad de conocimientos que posee un estudiante depende en gran medida de lo que le ha entregado el establecimiento en el que estudió. Esta forma de acceso hace que los jóvenes que provienen de las clases acomodadas y con mejor situación económica lleguen a las universidades tradicionales y terminen aprovechando el aporte fiscal indirecto. Esta realidad reproduce, dentro del sistema universitario, las desigualdades del conjunto de la sociedad”.
Los fines de la Universidad
¿Están conformes con el funcionamiento del sistema universitario?
“Estamos descontentos, porque la universidad debe ser una plataforma eficaz para cambiar este país tan desigual, pero no está cumpliendo este rol igualitario. Sólo es funcional al sistema productivo existente y carece de un mecanismo de retribución social del profesional hacia el país que lo formó. Los que hemos estudiado una carrera universitaria tenemos que devolver la mano a la comunidad. Cuando se entrega una beca de postgrado a un titulado que viaja al extranjero, lo más probable es que al volver trabaje para el gran empresariado multinacional o nacional, sin aportar nada a la sociedad en su conjunto.
Las universidades tradicionales viven de su prestigio anterior y olvidan sus objetivos más trascendentes. Se reenfoca el destino de las carreras, sin considerar la opinión, intereses y motivaciones de los estudiantes; menos aún se pregunta a la comunidad sobre cuáles son sus necesidades. Es insólito que una carrera de sociología no contemple salidas a terreno y que para hacer investigación, los profesores dejen de lado el aula, en la medida que la investigación les trae retribución económica a ellos”.
El gobierno ha ofrecido un diálogo a los estudiantes…
“Podemos conversar, pero no habrá soluciones reales. Sería iluso pensar que el gobierno actual quiera democratizar las universidades o terminar con el autofinanciamiento. El ministro de Educación proviene de una entidad privada, como la Universidad del Desarrollo, orientada hacia jóvenes de los sectores altos. De un ministro que tiene intereses creados en el sector, que es experto en financiamiento privado de la educación y promotor del lucro, no podemos esperar medidas que resuelvan la falta de recursos públicos para las universidades o que democraticen la educación superior.
Si las universidades nos articulamos, seremos una fuerza capaz de conseguir que el Estado se haga cargo del derecho constitucional a la educación. Con las organizaciones de estudiantes de las otras universidades tradicionales nos relacionamos a través de la Confech. El alumnado de las universidades privadas recién se está agrupando y sus aspiraciones muchas veces son distintas de las nuestras. Necesitamos concordar con ellos un petitorio que nos permita unir fuerzas en torno a una plataforma común.
Los alumnos que llegan a las universidades tradicionales son por lo general aquellos que tienen buen desempeño en la educación media y que han rendido mejores pruebas de selección. Pertenecen en su mayoría a colegios privados, inaccesibles para los jóvenes de menos ingresos. A la universidad tradicional se ingresa con puntajes que están vedados a los estudiantes de colegios municipales, por su deficiente poder adquisitivo y su falta de capital cultural.
La paradoja es que hoy las universidades privadas con vocación social están sirviendo a estudiantes que tienen necesidades económicas, y que más encima son castigados por el sistema: como no tienen acceso al crédito universitario deben endeudarse, cuando pueden, con la banca privada para financiar sus estudios.
A las universidades tradicionales no les interesan los estudiantes pobres, porque no pagan los créditos universitarios, son más propensos a organizarse, desertan con mayor frecuencia y tienen rendimientos inferiores. Las universidades tradicionales están dedicadas a captar ‘clientes’ que cumplan con los pagos y que molesten lo menos posible.
Nuestras universidades deben volver a cumplir un rol social y a conectarse con la comunidad en la que se desenvuelven. Hoy son espacios ajenos a la sociedad y distantes de la cultura popular. Tenemos que trabajar para que el pueblo entre a estas universidades”.
Movimiento estudiantil
¿Cuál debiera ser el modelo de reclutamiento de alumnos para revertir la exclusión?
“Entendiendo que en el corto plazo no se van a solucionar estas diferencias socioeconómicas de capital cultural o formación pero que hay pequeñas opciones que pueden paliar en parte el problema, proponemos, por ejemplo, que las universidades se hagan cargo de la nivelación de los alumnos de los liceos municipales y que los egresados de las carreras de educación realicen sus prácticas profesionales con alumnos de tercero o cuarto medio del sector más vulnerable. Estos jóvenes deben nivelar sus conocimientos y adquirir elementos de juicio para descubrir su vocación profesional. También debieran rebajarse los puntajes de corte para los estudiantes provenientes de los establecimientos apadrinados por cada establecimiento de educación superior. La Universidad de Concepción debiera entregar, por ejemplo, diez o quince cupos en cada facultad para los mejores egresados de colegios como el Liceo Enrique Molina, de Concepción, o el Liceo A-21, de Talcahuano, con la condición de que mantengan buenos resultados académicos”.
¿Qué opina de las nuevas formas de participación social y política, como las expresadas en las marchas contra HidroAysén?
“Son claras manifestaciones de un descontento ciudadano generalizado; ya sea que marchemos por HidroAysén, las termoeléctricas, Pascua Lama, los humedales, la problemática de la educación, de la vivienda, la reconstrucción, el trabajo u otra causa. Las demandas se expresan de esta manera porque los sectores políticos tradicionales no son un canal real para solucionar muchos de los problemas sociales. Once funcionarios de gobierno aprobaron HidroAysén sin preguntar a la comunidad, y serán 120 diputados y unos pocos senadores los que tomarán la decisión acerca de cómo será manejada la educación.
En este contexto, los estudiantes nos vemos como un actor más en (…)
Este artículo se publicó completo en “Punto Final”, edición Nº 736, 17 de junio, 2011
punto@tutopia.com
www.puntofinal.cl
www.pf-memoriahistorica.org
-----
De la movilización a la fuerza política
Ricardo Candia Cares
La seducción que genera el movimiento de los estudiantes debe transformarse en fuerza política propia. De esa manera disminuye el riego de ser secuestrado por los mismos políticos que han creado las condiciones de profunda inequidad, lucro y ausencia total del Estado en educación y en toda la sociedad: han construido un país para ricos y otro para pobres.
Al agüaite, añejos baluartes levantan consignas que antes, no hace mucho, despreciaron con esmero y reprimieron con la misma fruición que hoy demuestran los actuales regentes. Salivan en abundancia cuando ven esas maravillosas manifestaciones populares que ya se quisieran para ellos. Ni cortos ni perezosos, inventan maneras de pasar inadvertidos, y, en forma simultánea, ofrecen como cosa de ellos y de manera urgente, lo que nunca quisieron siquiera escuchar.
Los estudiantes no van a caer en el juego de los que ofrecen mucho de este mundo y tanto más del otro. Sólo deben confiar en sus propias fuerzas y no endosar su energía a los que nunca han hecho nada por cambiar el actual estado de cosas. Los estudiantes son la mejor expresión de lo que tanto se ha echado de menos en estos veinte años de neoliberalismo, de política secuestrada en salones en que las expresiones populares no tienen cabida y de políticos que acordaron el actual sistema. Un aire fresco recorre Chile, el aire que dejan los estudiantes a su paso.
Los políticos del sistema estarán ensayando fórmulas para capitalizar esa maravilla que marchó por las calles. Cómo quisiera el gobierno tenerlos tranquilitos en sus pupitres y aulas, de espaldas a la realidad de sus compañeros, de sus conciudadanos, ignorantes del sistema político, al margen de las decisiones que finalmente, les van a afectar en toda sus vidas. Y ya quisiera la Concertación contar con el nivel de apoyo que significan centenares de miles de movilizados. Estarán pensando la manera de poner, tras vetustas figuras presidenciables, el enorme impulso que los muchachos han dado al movimiento popular. Nacida estéril, la Concertación jamás pudo parir un movimiento de la profundidad del que hemos visto. ¡Cómo ha quedado en claro la diferencia entre la movilización, esa idea que seduce a muchos, y la simple y torpe agitación estéril, gritona y sin sentido!
Sin embargo, de aquí a poco, muchos se preguntarán quién va a capitalizar los réditos de la fuerza social desplegada que, necesariamente, deberá tener un correlato en las próximas elecciones. Ante esto, los estudiantes deben decir su palabra.
Más allá de la opinión que tengamos acerca del sistema electoral, lo cierto es que en las votaciones se verifica la recreación del poder. Sin embargo, por la insultante ley electoral que privilegia a los mismos de siempre, no han tenido cabida los jóvenes, los estudiantes, los movimientos sociales. La derecha y la Concertación, tiras de un mismo cuero, escudadas en este sistema de oprobio, no lo han querido cambiar. Y ha llegado la hora de tomar decisiones.
Los muchachos han demostrado sobrada capacidad para mirar de manera estratégica, es decir, en el largo plazo. Estarán dudando de las apresuradas exigencias de mesas de negociación que sólo tendrán el efecto de calmar las aguas y detener las movilizaciones. Como se ha visto durante muchos, demasiados años, esas mesas sólo han servido para salir derrotados una y otra vez. Hará falta un repliegue estratégico. Hará falta convencerse que, enfrentados a tomar decisiones, los estudiantes deben considerar muy seriamente la necesidad imperiosa de transformarse en fuerza política, y disputarle el poder al sistema allí donde hasta ahora no han tenido cabida: las elecciones. El movimiento de los muchachos tiene suficiente inteligencia, valor, creatividad y decisión para ordenar al resto del pueblo y disputar el poder a los poderosos, prepotentes y traidores con sus propias armas.
Las movilizaciones están llegando a un punto en que la pregunta ¿y ahora qué?, rondará a muchos. Una respuesta es hacer del techo al que se llegó, el piso de la evolución natural del magnífico movimiento. Nada de lo que los muchachos ponen como exigencias al sistema se puede resolver en el actual orden. Los núcleos esenciales del modelo de país que ha impuesto el neoliberalismo -la exacerbada propiedad privada, el lucro infinito, la inexistencia del Estado, la educación al servicio de la avaricia-, no pueden ser abolidos en una mesa de negociación. El sistema no tiene vocación suicida.
La audacia y la inteligencia de los estudiantes, con el apoyo resuelto de las organizaciones sociales que confíen en ellos y el apoyo y simpatía de millones de chilenos, podrían hacer posible que, de aquí a poco, nuevos concejales, alcaldes, diputados, senadores y presidente, demuestren que la cosa ahora sí puede cambiar.
Habrá, esta es la parte mala, miles de problemas, pero, y esta es la parte buena, todos serán nuevos.
Al agüaite, añejos baluartes levantan consignas que antes, no hace mucho, despreciaron con esmero y reprimieron con la misma fruición que hoy demuestran los actuales regentes. Salivan en abundancia cuando ven esas maravillosas manifestaciones populares que ya se quisieran para ellos. Ni cortos ni perezosos, inventan maneras de pasar inadvertidos, y, en forma simultánea, ofrecen como cosa de ellos y de manera urgente, lo que nunca quisieron siquiera escuchar.
Los estudiantes no van a caer en el juego de los que ofrecen mucho de este mundo y tanto más del otro. Sólo deben confiar en sus propias fuerzas y no endosar su energía a los que nunca han hecho nada por cambiar el actual estado de cosas. Los estudiantes son la mejor expresión de lo que tanto se ha echado de menos en estos veinte años de neoliberalismo, de política secuestrada en salones en que las expresiones populares no tienen cabida y de políticos que acordaron el actual sistema. Un aire fresco recorre Chile, el aire que dejan los estudiantes a su paso.
Los políticos del sistema estarán ensayando fórmulas para capitalizar esa maravilla que marchó por las calles. Cómo quisiera el gobierno tenerlos tranquilitos en sus pupitres y aulas, de espaldas a la realidad de sus compañeros, de sus conciudadanos, ignorantes del sistema político, al margen de las decisiones que finalmente, les van a afectar en toda sus vidas. Y ya quisiera la Concertación contar con el nivel de apoyo que significan centenares de miles de movilizados. Estarán pensando la manera de poner, tras vetustas figuras presidenciables, el enorme impulso que los muchachos han dado al movimiento popular. Nacida estéril, la Concertación jamás pudo parir un movimiento de la profundidad del que hemos visto. ¡Cómo ha quedado en claro la diferencia entre la movilización, esa idea que seduce a muchos, y la simple y torpe agitación estéril, gritona y sin sentido!
Sin embargo, de aquí a poco, muchos se preguntarán quién va a capitalizar los réditos de la fuerza social desplegada que, necesariamente, deberá tener un correlato en las próximas elecciones. Ante esto, los estudiantes deben decir su palabra.
Más allá de la opinión que tengamos acerca del sistema electoral, lo cierto es que en las votaciones se verifica la recreación del poder. Sin embargo, por la insultante ley electoral que privilegia a los mismos de siempre, no han tenido cabida los jóvenes, los estudiantes, los movimientos sociales. La derecha y la Concertación, tiras de un mismo cuero, escudadas en este sistema de oprobio, no lo han querido cambiar. Y ha llegado la hora de tomar decisiones.
Los muchachos han demostrado sobrada capacidad para mirar de manera estratégica, es decir, en el largo plazo. Estarán dudando de las apresuradas exigencias de mesas de negociación que sólo tendrán el efecto de calmar las aguas y detener las movilizaciones. Como se ha visto durante muchos, demasiados años, esas mesas sólo han servido para salir derrotados una y otra vez. Hará falta un repliegue estratégico. Hará falta convencerse que, enfrentados a tomar decisiones, los estudiantes deben considerar muy seriamente la necesidad imperiosa de transformarse en fuerza política, y disputarle el poder al sistema allí donde hasta ahora no han tenido cabida: las elecciones. El movimiento de los muchachos tiene suficiente inteligencia, valor, creatividad y decisión para ordenar al resto del pueblo y disputar el poder a los poderosos, prepotentes y traidores con sus propias armas.
Las movilizaciones están llegando a un punto en que la pregunta ¿y ahora qué?, rondará a muchos. Una respuesta es hacer del techo al que se llegó, el piso de la evolución natural del magnífico movimiento. Nada de lo que los muchachos ponen como exigencias al sistema se puede resolver en el actual orden. Los núcleos esenciales del modelo de país que ha impuesto el neoliberalismo -la exacerbada propiedad privada, el lucro infinito, la inexistencia del Estado, la educación al servicio de la avaricia-, no pueden ser abolidos en una mesa de negociación. El sistema no tiene vocación suicida.
La audacia y la inteligencia de los estudiantes, con el apoyo resuelto de las organizaciones sociales que confíen en ellos y el apoyo y simpatía de millones de chilenos, podrían hacer posible que, de aquí a poco, nuevos concejales, alcaldes, diputados, senadores y presidente, demuestren que la cosa ahora sí puede cambiar.
Habrá, esta es la parte mala, miles de problemas, pero, y esta es la parte buena, todos serán nuevos.
-----
Los estudiantes la llevan
Una gran responsabilidad política y moral recae en el movimiento estudiantil, que hoy marcha a la cabeza de la protesta social. Corresponde a los estudiantes -universitarios, secundarios y alumnos de liceos técnicos, muchos de ellos casi niños-, dar un decisivo impulso a la democratización del país. Se trata del deber patriótico y republicano -que los partidos de la Concertación traicionaron-. Eso lo están cumpliendo hoy los sectores más jóvenes y lúcidos de la sociedad chilena, organizados en federaciones, centros de alumnos, colectivos y asambleas. En estas últimas, la democracia participativa se prepara para alcanzar mayores niveles en un futuro país con estructuras realmente democratizadas.
Las inquietudes políticas y la sensibilidad social de la juventud chilena, en orden de fundir sus luchas con las de los trabajadores, se creían extinguidas o carcomidas por el egoísmo con que la economía de mercado deshumaniza a sus esclavos. Las movilizaciones de los estudiantes, sin embargo, constituyen un formidable desmentido a esos diagnósticos malintencionados o teñidos del derrotismo que fomentan la resignación ante las injusticias y desigualdades. Bajo la apariencia de una sociedad domada por el consumismo superfluo y la banalidad del debate político, venía fermentando un profundo malestar. Este fenómeno silencioso no fue percibido a tiempo por los gobiernos, los partidos políticos o los medios de comunicación. El malestar maduró en el tiempo, fue adquiriendo formas originales de convocatoria y organización -sobre todo a través de las redes sociales- y finalmente eclosionó en la protesta social. Esta es la etapa que estamos viviendo.
La protesta social irrumpió con una fuerza, cohesión e inteligencia sorprendentes, que descolocó a todos los actores políticos. Estos han intentado en vano subirse al carro de las nuevas fuerzas para conducirlas por el derrotero habitual que conduce a la cooptación y derrota de la rebeldía. Resulta visible el temor que la protesta social provoca en los administradores del modelo. Tanto el gobierno, como el Parlamento, la Iglesia Católica, los gremios empresariales, la gran prensa escrita y audiovisual, etc., se muestran asustados frente a un movimiento que no pueden controlar ni corromper mediante el soborno de sus dirigentes o el engaño de sus bases. Tienen razón para estar inquietos: la protesta social busca dotarse de un programa político y ha comenzado a minar las bases de la institucionalidad que el terrorismo de Estado implantó en 17 años de brutal dictadura. En síntesis, está surgiendo la esperada alternativa que grupos políticos no han logrado generar.
Consecuencia directa del desafío estudiantil ha sido la reestructuración del gabinete ministerial. El presidente de la República se vio obligado a relevar de sus funciones al ministro de Educación, Joaquín Lavín, al que los estudiantes vetaron como interlocutor válido, para destrabar el conflicto sobre educación pública. Destituido por la presión estudiantil, Lavín es una de las figuras más destacadas de la UDI, la ultraderecha del gobierno. Eso mismo quizás ha llevado al presidente a mantenerlo en el gabinete en un cargo menos relevante.
La marcha de los estudiantes el 14 de julio en Santiago, desafiando la prohibición del gobierno para ocupar la Alameda en el sentido en que lo hicieron, fue una demostración más de la fuerza alcanzada por el movimiento. Esa victoria estudiantil significó también la salida del intendente de Santiago (que “cayó hacia arriba”, convirtiéndose en ministro para ocultar otra derrota del gobierno).
Por otra parte, el movimiento estudiantil -que ha recibido el apoyo de profesores y trabajadores- no ha ceñido sus demandas al plano educacional. Ha ido más allá de la exigencia -de por sí importante- de una educación pública gratuita y de excelencia. Apunta también a cuestiones esenciales de un modelo de dominación que por su rigidez no admite cambios parciales, sin poner en juego todo el sistema. La protesta social reclama, por ejemplo, plebiscito, como método para resolver los grandes problemas del país y, sobre todo, como mecanismo para abrir paso a la reforma de la Constitución; poner fin al sistema electoral binominal; reforma tributaria que corrija la desigualdad; renacionalización del cobre y disminución del gasto militar, etc. Al influjo de la protesta social se abren paso otras demandas, como salud pública de calidad, reconstrucción acelerada de viviendas y edificios públicos destruidos por el terremoto, poner fin al lucro escandaloso de las Isapres (*) y AFPs (**), regular las exorbitantes ganancias de multitiendas, cadenas de farmacias y de los bancos, cuyos abusos en materia de créditos son similares a la usura de La Polar (***).
Lo que se está cuestionando por los estudiantes y vastos sectores ciudadanos que los apoyan son los pilares del modelo institucional, económico, social y cultural impuesto a Chile mediante la fuerza bruta, y que los gobiernos de la Concertación profundizaron. La protesta social contra el modelo se ha ido desarrollando en cascada. Le comunican cada vez más fuerza los contingentes sociales que van incorporándose, y constituye un craso error estimar que el movimiento está desgastado. Desde la paralización de ciudades enteras como Punta Arenas o Calama, al corte de una carretera por los damnificados del terremoto en Dichato, desde las multitudinarias marchas ecologistas contra HidroAysén a la huelga de los presos políticos mapuches y a la reanudación de la reconquista de sus tierras ancestrales, pasando por la huelga de los obreros contratistas de la mina El Teniente, la marcha por la diversidad sexual en Santiago o el paro de los trabajadores de Codelco en defensa de la empresa estatal, hasta la sostenida movilización estudiantil, la protesta social ha recorrido en forma tumultuosa un camino que está rehaciendo la atrofiada musculatura del movimiento social.
La respuesta del gobierno a la movilización estudiantil, aparte de un inocuo “gran acuerdo educacional” con un millonario anzuelo para los rectores universitarios, siempre necesitados de fondos, no ha sido otra que la represión y los intentos por dividir al movimiento. El empleo desproporcionado de la fuerza policial junto con provocaciones para generar reacciones violentas, se han convertido en un esquema habitual en todo el país. Esto incluye oscuras maniobras como la que afecta al presidente del Colegio de Profesores, Jaime Gajardo. Se ha intentado responsabilizarlo de los incidentes callejeros, amenazando procesarlo y creando condiciones para cualquier tipo de agresión. Jaime Gajardo es un dirigente que merece el apoyo de los trabajadores y el respeto de la opinión pública. Desde hace años los profesores denuncian la municipalización de la educación y el papel nefasto de sostenedores que han convertido la educación en un negociado.
La protesta en general -y estudiantil en particular- es portadora de una carga ética que anuncia formas más limpias de practicar la política. Es el rechazo a la hipocresía y la mentira, a la corrupción y la demagogia, a la impunidad de obispos pedófilos, generales genocidas y políticos corruptos, a la desigualdad en todos los planos, al autoritarismo y a la segregación de las minorías, a las prácticas antidemocráticas convertidas en normas de conducta, al burocratismo y verticalismo político y sindical, a la falta de pluralismo en los medios de comunicación, a los obstáculos que impiden la participación del pueblo y el ejercicio pleno de su soberanía. En resumen, se trata del despertar de un pueblo de heroicas tradiciones de lucha que se ha visto sometido por casi treinta años a la triste condición de interdicto político y minusválido ciudadano. Se trata de un movimiento social y político en su expresión más digna y ejemplar.
Los sectores políticos que tratan de meter este movimiento en el túnel de la cooptación, quieren convertirlo en estatua de sal. Sin embargo, hay en el movimiento estudiantil una voluntad de cambio que destaca por su valentía y seriedad, así como por una creatividad que ha impuesto nuevo sello a las manifestaciones populares añadiendo alegría, ingenio y crítica mordaz al gobierno y a las convenciones del sistema.
La amplitud de las protestas, las prácticas de convivencia y solidaridad que se dan en las ocupaciones de universidades y liceos, indican que el movimiento estudiantil -como ha sucedido antes en Chile y otros países- puede ser el elemento inductor de la transformación democrática pacífica. Eso es lo que requiere la sociedad chilena, oprimida por la Constitución y el modelo económico que impusieron militares y empresarios. La responsabilidad que hoy tienen los estudiantes para cumplir ese rol histórico, es muy grande. Sin duda ellos cumplirán. Pero requieren nuestro apoyo y participación en una lucha que es de todos.
PF
Editorial de “Punto Final”, edición Nº 738, 22 de julio, 2011
puntofinalrevista@gmail.com
www.puntofinal.cl
www.pf-memoriahistorica.org
-----
¡No aflojen, cabros (en chile significa “muchachos”)!
Frustración e indignación produjo la propuesta que entregó el ministro de Educación, Felipe Bulnes Serrano, a los estudiantes universitarios y secundarios y al Colegio de Profesores. Se esperaba mucho más, un documento que estuviera a la altura de la magnitud y complejidad del problema y que se hiciera cargo de abordarlo a fondo, par a iniciar la verdadera revolución que necesita el anquilosado y antidemocrático sistema educacional chileno.
Sin embargo, no fue así. El gobierno ni siquiera intentó situar se por encima de sus compromisos ideológicos y de los intereses económicos que representa para asumir el liderazgo patriótico y la visión de futuro que reclama la mayoría del país que apoya al movimiento estudiantil. Prefirió dejar las cosas tal como estaban antes del cambio de gabinete y ahora, se encuentra hundido hasta el pescuezo en el pantano que cada día se hace más espeso con la incorporación de variados contingentes a la protesta social liderada por los estudiantes.
Desaprovechando la oportunidad de enfrentar de una vez por todas un problema que se ha convertido en insoluble tanto para los gobiernos de la Concertación como de la derecha, el ministro Bulnes prefirió proponer esbozos de soluciones en algunos temas e ignorar otros que son sustanciales en la demanda estudiantil. Como es habitual, se intenta levantar falsas expectativas a través de la consagración constitucional de principios que, según inveterada experiencia, permanecerán incumplidos.
A la vez se esquivan las exigencias específicas de los jóvenes universitarios y secundarios. Las movilizaciones de estudiantes y profesores – que han concitado el apoyo de millones de ciudadanos-,
están alcanzando su máxima tensión. El 9 de agosto se anuncia un paro nacional que sin duda convocará un apoyo multitudinario. La intención del gobierno, en vez de hacer se eco del reclamo nacional por una educación pública y gratuita, intenta desgastar al movimiento estudiantil par a desactivar la creciente protesta social que desencadena la lucha estudiantil. La propuesta del ministro de Educación trata de “emborrachar la perdiz”, valiéndose de un juego politiquero, par a derrotar a los estudiantes en la mesa de negociaciones y sacar el conflicto de las calles.
Demandas como eliminar el lucro en la educación, la des municipalización de los colegios y una clara hegemonía de la educación pública, han caído en oídos sordos. Igualmente la necesidad de una reforma tributaria y de la renacionalización del cobre como fuentes de financiamiento para una política educacional que inicie un cambio igualitario en beneficio, sobre todo, de los sectores más empobrecidos, Nada dice la propuesta del gobierno sobre estos temas. Incluso los gr andes empresarios -con evidente oportunismo- han declarado su disposición a considerar una reforma tributaria dado el objetivo superior que se busca.
Los 4.000 millones de dólares en seis años que el gobierno ofrece para el conjunto de la educación chilena (a razón de unos 650 millones de dólares anuales), resultan insuficientes para un sistema que abarca desde la educación preescolar hasta la formación terciaria, incluyendo la educación técnico-profesional que se encuentra en estado casi terminal. El ministro Bulnes, junto con reconocer la demanda de un financiamiento adicional a esos 4 mil millones de dólares, ha sostenido que el gobierno no puede acceder , porque arriesgaría “sensiblemente” metas prioritarias en educación, vivienda y combate de la extrema pobreza. El argumento es engañoso. Precisamente porque existen otras necesidades urgentes, se hace necesaria una reforma tributaria y gravámenes efectivos a las ganancias de las transnacionales del cobre, para atender necesidades vitales como educación, extrema pobreza, salud y vivienda, particularmente en las zonas afectadas por el terremoto.
El gobierno busca salidas a medias y echa mano a medidas de contención de la protesta estudiantil con promesas y declaración de intenciones que dejan en pie el esquema impuesto por la dictadura militar que convirtió la educación en un “bien de consumo”, como ha hecho suyo en un lapsus de sinceridad el presidente de la República.
En la respuesta del gobierno a los estudiantes abundan los planteamientos declarativos sin importancia práctica ninguna. ¿Qué tiene de importante, por ejemplo, que se eleve a “rango constitucional” el derecho a una educación de calidad respaldada por el Estado? ¿Ha servido de algo que la educación figure como obligación preferente del Estado en los números 10 y 11 del artículo 19º de la Constitución impuesta por Pinochet? ¿De qué ha servido -asimismo- proclamar que la educación universitaria no tiene fines delucro? Diversos mecanismos que ahora se proponen (Sub secretar ía de Educación Superior y Súper intendencia) pretenden fiscalizar a los agentes privados que participan en la educación. Se trata de una fiscalización cuando menos peligrosa, porque, ¿quién fiscalizar á a los fiscalizadores?.
Las prácticas de corrupción mediante las subvenciones escolar es a los sostenedores de colegios aprobados por el Ministerio de Educación, que se han cuoteado entre la Concertación y la derecha, han llegado al extremo de condonar las sanciones a quienes violaron la ley con malos servicios, suplantación de alumnos, no pago a los profesores, etc. El asunto de fondo es que el objetivo de los sostenedores de colegios es el lucro, y por eso les interesa pagar lo menos posible a los profesores y gastar el mínimo en los alumnos para apropiar se del resto de la subvención que les entrega el Estado.se puede asegurar que estas prácticas detestables no sigan ocurriendo. Tampoco la disminución del interés del crédito otorgado con aval del Estado a los estudiantes -que bajaría de 7 a 4 por ciento- terminará con el agobio de las familias, que seguirán haciendo prodigios para costear una educación mediocre o francamente mala, considerada una de las más caras del mundo.
La propuesta del gobierno a los estudiantes en síntesis sólo se propone ganar tiempo, descomprimir las presiones de movilización callejera y aislar a los estudiantes; o, eventualmente, abrir negociaciones que se prolongarían indefinidamente. La propuesta ha sido evaluada a fondo por los estudiantes y profesores. Las resoluciones que ellos tomen con autonomía deben ser respetadas.
La independencia de los movimientos sociales se encuentra amenazada por sectores políticos desprestigiados, especialistas en pescar a río revuelto. En estudiantes y profesores recae la responsabilidad de impedir que se utilice su movimiento par a fines subalternos, ajenos a sus inter eses y aspiraciones. Esa responsabilidad debe ser asumida sin las interferencias ni las tutelas que trata de imponer el oportunismo partidario. Las exigencias de los jóvenes estudiantes, que han logrado acumular una enorme fuerza, vigorosa y pacífica, creativa y dotada de profunda intuición acerca del futuro democrático que necesita la nación, deben ser atendidas por el gobierno. La magnitud alcanzada por la protesta social -y en particular estudiantil- merece soluciones trascendentes e históricas, no parches ni macuquerías politiqueras como las que se ofrecen desde La Moneda y el Parlamento.
De la firmeza de los estudiantes -haciendo uso de sus derechos ciudadanos- depende abrir paso ahora a reivindicaciones democráticas que el pueblo anhela desde hace años. Los jóvenes -los que se creía que no estaban “ni ahí”- están dando una lección de civismo. La protesta social por tanta desigualdad e injusticia, estaba latiendo en lo profundo de la sociedad chilena. Se está manifestando a diario en forma pacífica y valiente. Ese sentimiento que dice basta a la injusticia, se aglutina en torno al movimiento estudiantil y a su defensa de la educación pública. Es visible el temor que la protesta social provoca a los dueños de este país, a sus medios de comunicación, a sus parlamentarios, a sus ministros...
Hacía muchos años que las clases dominantes de Chile no veían desafiados sus privilegios y su poder por tan amplios sector es populares.
Eso lo han conseguido los estudiantes. El resto del país se los agradece y les apoya. ¡No aflojen, cabros!
Punto Final.
Editorial de “Punto Final”, edición Nº 739, Santiago, 5 de agosto, 2011.
www.puntofinal.cl
"Ojo con las mega-tendencias , lo que nació en el Instituto Tecnológico de Turín, Italia se convirtió el ejemplo que están siguiendo las juventudes de los países occidentales , los jóvenes estudiantes de secundaria son los que ”la llevan” en Chile. Ahora ya me di cuenta que quienes terminaran con las universidades bamba en el Perú serán nuestros jóvenes estudiantes de secundaria cuando la masa de postulantes alcance los 500,000 chicos y chicas sin futuro alguno. Mal que bien Ollanta Humala tendrá que liderar los cambios en la educación peruana, ojala que este a la altura de las exigencias". Francisco F. Morales, arquitectofmorales@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario